Pero tras la tempestad, cuando llega la calma solo queda un campo de batalla arrasado y el amargo sabor de un recuerdo roto mezclado con alcohol. Entonces, las gotas de roció que perlan al ángel caído como pequeños puñales de remordimiento se abren paso reclamando un alto precio como triste pago a tu traición.
Y de la mano, tus recuerdos se tornan ásperos mientras dibujan grotescos zarpazos en la espalda olvidada de una musa que tras la agonía se pierde para siempre. Señor, nuestros pecados son nuestros verdugos que sin compasión vuelven todos los ocasos para recordarnos que no queda nadie para perdonarnos.🍸
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