Allí estaba, él, con todos sus colores, con toda su belleza, a mis pies, como si estuviera marcándome un sendero de luz y de armonía. Jugué con él como una niña, y comprobé que nunca lo puedes pisar, él siempre te pisa a ti, que la luz lo inunda todo, salvo que tu misma supongas un obstáculo en su camino y, aún así, siempre dejará una parte de ti iluminada, justo la que no ves. Pensé que allí, en mi mano, tenía todos los colores del mundo.
Todos los colores del bosque en otoño, de todos los peces del mar, de todas las aves tropicales, de todos los atardecer, de todas las miradas de toda la gente del mundo... Todos los colores, todos, en mi mano. Vivimos rodeados de cosas aparentemente simples pero que, si nos paramos a pensar en ellas, resultan sorprendentes, inabarcables, maravillosas. Así es como las 7 notas de un pentagrama encierran infinitas sinfonías, y las 27 letras de nuestro alfabeto guardan todos los libros de mi biblioteca, millones de tratados, infinidad de cartas de amor escritas y aún por escribir.
Si lo miras bien, todo esto es como un milagro, como hacer magia. Pero, en realidad, no es más que una prueba más de que en las cosas mas simples, más sencillas, más insignificantes, podemos encontrar un universo infinito de música, de color y de emociones. Como siempre, como en todo, tan solo hay que ser conscientes y caminar con los ojos bien abiertos, aunque tan solo estés fregando los platos.
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