Esos rostros que no dicen nunca nada y hablan de todo por los codos. Intereses callados que se muestran en cada acto, las mismas conversaciones de siempre, el mismo tema sonando me cansa, me aburre, pero ahí sigo, esbozando mi sonrisa torcida y deseando que acabe la noche.
Vuelvo a casa y antes de meterse en la cama. Vacía la cama, me acarició las heridas. Sonrío pues, de nuevo, me siento viva. Todo lo demás, la gente, los amigos, los paisajes, la música me resulta indiferente, me hacen sentir lo de siempre: vacío.
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